Dentro y fuera del cuerpo de una travesti
- Angel Burbano
- 19 mar 2020
- 13 Min. de lectura
Actualizado: 19 mar 2020
“I can be the queen that´s inside of me, I could be the queen that you need me to be”
(Lady gaga, Queen)
“Toda la gente buena piensa que tiene la razón”
(Bárbara Graham, antes de ser ejecutada)
Este presente trabajo se basa en autoetnografías[1], sin embargo es muy cuestionable si es una, porque expone situaciones auto-biográficas que no llegan a ser una comprensión de un sentido sólido (de una vida leída como un proyecto), sino que más bien abordan la propuesta de Jack Halberstam (1961) sobre el borde del sentido en un cuerpo-imagen de una drag[2]. Debo mencionar que estas situaciones incurren en un tipo de lógica de camino narrativo de dolor. Es difícil para mí como ser humano comprender cuál es el propósito de mi vida, el sentido de esta o su meta, creo que esta propuesta no se resolverá tampoco en este ensayo.
El motivo por el que pienso que fragmentos de mi vida (expuesta), carecen de un sentido completo, es porque son leídas desde la maldad. De forma similar a Virgine Despertes (1997) en su texto autobiográfico Teoría King Kong, he perdido la batalla contra el bien, de manera que escribo desde la virtual oscuridad de un proyecto de vida improductivo, desde una sexualidad errónea o patológica y desde una praxis performática drag, que carece en absoluto de propósito. Más bien puede entenderse desde un devenir personal. Propio. Neoliberal - mestizo de un joven de 25 años perteneciente a la clase media baja de la ciudad de Riobamba.
El término de narrativas del dolor (painful narratives) tomado de la reflexión de Libido Dominandi del trabajo de Angélica Ordóñez (1999), relacionado con una genealogía de las circunstancias, contrasta con la propuesta de Giancarlo Cornejo (2010) sobre una autoetnografía queer, donde el autor resuelve la presentación de los hechos como un vínculo pederastra (descrito por Eve Sedgwick, 1950-2014) con el niño que fue. Yo no he logrado ni reconciliarme, ni amar al niño débil que fui, por el contrario, he tenido que asesinarlo para poder sobrevivir en una sociedad hostil y violenta con los cuerpos travestis.
Es mucho más fácil para mí describir las muertes simbólicas de un niño débil, que narrar hechos desde la sobrevivencia como realiza Eve Sedgwick (1994) en su texto Tendencies, también citado por Giancarlo Cornejo (2011). Atribuyo la primera muerte simbólica al comienzo de mi infancia cuando mi madre migró a Italia en 1999 por la crisis bancaria y la dolarización, mi padre, por su parte, hizo otra familia. Pienso que me convertí idílica e inconscientemente en mi propia idea de madre y decidí asesinar una parte del niño afeminado débil para que otra parte muy diferente pueda sobrevivir en un estado hostil y difícil.
La vulnerabilidad que encuentro en estos escritos, van más allá de los hechos, comprenden el conocimiento de mi caso auto-biográfico para resaltar la complejidad de un sistema de género, sexo, deseo que escapa a los ojos de quien la mira y que busca desde una existencia distinta ser lo que Ruth Behar (1996) nombra como curador herido, si existe algún propósito en mi vida sería proveer de herramientas a otros cuerpos en mi misma situación.
Mi madre - mí mismo
“I won`t cry for you. I won`t crucify the thing that you do”.
Lady gaga. Bloody Mary.
Nancy Friday (1987), recorre en su libro My Mother Myself una relación con su madre desde su infancia, describe cómo esta relación configura su subjetividad como hija, madre, esposa, todas estas facetas de la palabra “mujer” escondidas bajo la palabra amor. Al contrario de lo que observa Nancy Friday, en madres promedio blancas de clase media en USA, mi madre tenía una única idea de amor materno, que venía de muchas generaciones de madres migrantes. La idea de instinto maternal y amor materno que mi abuela le dejó a mi madre fue mejorar sus condiciones de vida en una ciudad grande, mi abuela le llevó a mi madre desde muy pequeña del campo a la ciudad. Mi madre hizo lo mismo conmigo me trajo a Quito, para trabajar y estudiar, la idea que tengo del amor materno y del amor en general se encuentra incrustada como describe Friday (1987) en el absoluto sacrificio, en mi caso por la mejora de condiciones de vida.
No recuerdo mucho cuando mi madre se fue a Italia, pero recuerdo que fue después de separarse de mi padre. Éramos muy pobres, dormíamos en una cama de pino de una plaza, tenía pocos juguetes, poca comida y poca ropa. Regresó a Ecuador después de casi doce años cuando se enteró que su hermana robó el dinero que mandaba para hacerse un negocio, yo acumulé muchas ideas idílicas sobre el amor materno que además eran ideas heterosexuales sobre la madre abnegada sin vida propia.
Sobre la base de la idea de la madre abnegada, me hice un buen estudiante para tener un “buen futuro”, hasta que la volví a conocer. Mi primera impresión fue de extrañeza, no empataba en nada de lo que yo pensaba, tenía su esposo, su vida. Este fue un resquebrajamiento sobre lo que pensaba que era mi madre, fue una muerte simbólica muy lenta, recuerdo que cuando volvió a irse llovía demasiado, yo lloraba de igual forma, pero no por mi madre, sino porque sabía nunca más volveríamos a vivir juntos, nunca más volvería a tener un hogar con una madre como parte de él, esta ruptura de un amor abnegado heterosexual dejó por primera vez mi vida sin sentido.
Friday (1987), planea la idea de instinto materno como una tiranía, para esta autora es muy peligroso que una madre configure su sentido de vida en el amor a su hijo, porque se queda sola y lo deja solo a él. La autora realiza varias entrevistas para comprobar esta hipótesis y varias de las frases comunes de amor materno incondicional como “mamá siempre estará ahí para tí”, “mamá siempre te amará”. Para Friday un hijo es una extensión del cuerpo de la madre, por lo que siente es una extensión del amor a sí misma, el amor a un hijo está conectado al propio cuerpo de la madre, muchas de las veces las madres no pueden afrontar la gran carga que supone “el mito del amor materno”, por la sencilla razón que una madre, fue primero una mujer, el instinto materno, por tanto sustenta una posición de poder sobre el cuerpo femenino (Friday 1987, 35). En diálogo con esta propuesta, Judith Butler (2002) relaciona el carácter de materialidad del cuerpo de la mujer como una aprensión de su poder erótico, con la cualidad de nodriza, un ser generador, protector que sustenta la materialidad/existencia del cuerpo femenino.
Mi madre no solucionó su problema de dinero hasta el día de hoy y me pidió mil veces perdón por haberme dejado solo, sentía culpa, ahora creo que se pedía perdón a sí misma por romper socialmente la idea de amor materno incondicional. Pienso ahora que hizo mucho más por mí que cualquier otra madre, porque tuvo una vida para sí misma, se casó con un italiano, vive en un pequeño departamento de la Av. Gussepe Palombino en Roma y es feliz. Alguna vez me contó por teléfono que de niña soñaba con viajar a Estados Unidos, esa idea aún no está del todo deshecha.
Lo que miro como extensión de este amor materno en mi cuerpo y mi sexualidad, es también un sentimiento de culpa, porque no conozco otro amor, incluso con algunas parejas a las que no he podido amar por distintas circunstancias, a las que no he vuelto a ver, incluso parejas que me han hecho daño persisten en mí memoria, como fantasmas a los que pido perdón sin tener la culpa del todo. La configuración de mi propia homosexualidad es una culpa constante que llevo a cuestas como precio del amor materno incondicional que no puede prometer nietos a mi madre.
Consciencia de la debilidad de mi cuerpo
Baby loves to dance in the dark, because when he`s looking she falls apart.
Lady gaga. Dance in the dark
Cuando mi madre migró a Roma me dejó con mis abuelos paternos que vivían en Riobamba, ellos tomaron la decisión de ponerme en un colegio militar, me imagino que veían en mí brotes de un cuerpo homosexual, débil, delicado, vulnerable. Giancarlo Cornejo (2010) menciona entre sus experiencias que las palabras fueron el principal vehículo de la injuria sobre su cuerpo para mantener la norma de un sistema homofóbico y machista. Supongo que mi caso fue un poco diferente, aunque las palabras dolían yo estaba totalmente acostumbrado a que me digan “marica”, “gay”, “homosexual”, en un colegio militar en Riobamba, donde generalmente los estudiantes eran alumnos expulsados de otros colegios, hijos de militares, o amantes de la milicia.
Recuerdo en segundo grado de la escuela a una niña gritándome marica porque me gustaban las muñecas, también a un niño muy blanco de pecas que me recibía todos los días con un insulto, hasta que tomó mi cartuchera para jugarme una broma, yo me lancé sobre él como una araña y comencé a clavarle un lápiz por todo el cuerpo. El resto de los niños me veían asustados, tuve más episodios parecidos en la escuela. Mi criterio es que una masculinidad “disidente”, si pude tener una, se negocia teniendo en cuenta un choque o intersección de opresiones, en mi caso la clase social y la sexualidad, hicieron que acceda a un espacio de negociación más hostil de las relaciones sociales y políticas de otros niños, sin la posibilidad de refugiarme en una figura materna, mi cualidad de femenino era tosca, ruidosa, fea, salvaje, rara, a menudo me dicen hasta el día de hoy que soy una mujer mayor (popular) atrapada en el cuerpo de un hombre. Encuentro una similitud de término raro, con el término wild o salvaje, planteado por J. Halberstam (2013), el mismo que separado de su naturaleza lingüística posee potencialidad. La misma que puede transformarse en una resignificación de tipo anárquica.
Interpreto esta potencialidad, como una posibilidad de la palabra “raro”, porque desde mi experiencia la rareza es un resultado de la ininteligibilidad del género, del sexo y del deseo, más que un pánico homosexual. La cualidad de rareza extiende en los niños una grieta o resquicios de lo inaprensible de un sistema instrumental sobre el género. Ser leído como un cuerpo raro (abyectizado) en un entorno militar netamente masculino, me dejó solo casi toda la escuela y por el resto del colegio. Según Giancarlo Cornejo (2011) el acceso del niño gay a una masculinidad impuesta comprende su propia borradura, pienso que en las clases bajas, los cuerpos abyectizados, amanerados, pero también toscos ya estamos borrados de un escenario público, como los deportes, el espacio académico, las relaciones sociales, entonces negociamos esta masculinidad en la medida de las posibilidades, varios amigos gays han tenido novias, en las que han encontrados aliadas contra estos tipos de ataques homofóbicos. No fue mi caso, ninguna niña desearía una relación con un joven con cejas más delgadas que las suyas.
Aunque mi performatidad estaba basada en una potencialidad de lo raro, por otro lado era un mensaje claro sobre un riesgo colectivo, si tomamos la definición de Angélica Ordóñez (1999) sobre el cuerpo del astronauta, que encarna al cuerpo masculino como un síntoma cultural y el cuerpo de la mujer (cuerpo desplazado de esta matriz significante masculina en palabras de Butler), es una paradoja, un anhelo, una sombra una apropiación, también una realización de una idea masculina, racional, social y política que permea todas las esferas de convivencia del sujeto incluso en su campo médico.
En mi caso mi carácter histriónico y algunas mañas (peleas), mi estética también era una gran duda, y un símbolo amenazante para los otros jóvenes que necesitan resignificar su masculinidad como hegemónica, día tras día. Yo olvidaba la consciencia sobre la debilidad de mi cuerpo. A los 13 años, en ese colegio militar, los juegos homosexuales abundaban, recuerdo algunas situaciones en las que me sentí expuesto y me quedé en silencio.
La primera fue en un baño de la piscina del colegio a la que nos obligaban a ir, un compañero me encerró, comenzó a insultarme y empujarme. Era uno de los más vagos y atléticos del curso, sus insultos cada vez se tornaban más violentos y sexuales. Ese momento tuve consciencia de la debilidad de mi cuerpo, él podía insultarme como los demás, también golpearme si lo deseaba, pero también podía herir mi cuerpo desnudo y débil en ese baño de la piscina. Para Cornejo (2011) la erotización masoquista de la dominación es un juego entre jóvenes para mantener su masculinidad frente a otros, para demostrar quién manda. A pesar de que en ese baño estábamos los dos, pienso de forma similar a Conejo, que ese joven no solo hablaba por él, sino por las normas que dejan en el borde a los cuerpos homosexuales abyecto o femeninos. Sucedieron dos episodios similares en mi colegio y fuera de él, en el receso y en la calle, con aproximaciones más físicas y violentas. La consciencia de mi vulnerabilidad corporal me dejaba con un inmenso miedo e inseguridad más que a mi propia sexualidad a la disposición del resto sobre mi cuerpo.
El proceso de violencia en un colegio militar fue más bien un proceso de despersonalización, un odio extremo hacia los hombres, que también según Cornejo podía convertirse en un amor extremo, así como un placer extremo, este último término sería un arma de doble filo en mi vida, lo que haría que mi proyecto pierda sentido incluso ahora mientras recuerdo estos momentos y reflexiono sobre ellos, pienso que el orden con el que he tomado mis decisiones es arbitrario y subjetivo.
Go GAGA
That boy is a monster, he ate my heart.
Lady gaga. Monster
La última vez que me obligué a performar una masculinidad hegemónica fue cuando conocí al príncipe “homosexual” azul de mis sueños, su nombre era José, alto, de unos 27 años estudiaba derecho internacional en la andina, se interesaba mucho por el medio ambiente, había estado en el club de natación y periodismo en el Colegio Mejía (Quito-Ecaudor). Era muy sensible, era perfecto.
Mientas más conocía a José, me sentía más desposeído de mí mismo. Portador de una masculinidad cómplice, de un modelo de masculinidad hegemónica dominante, aprendí muchas cosas de él, conocí muchos lugares donde podía hacer deporte por ejemplo, le acompañaba (como un amigo heterosexual) a los karaokes, a sus fiestas en la Universidad Andina Simón Bolívar. La mayor parte de las salidas veía cómo José se divertía y hablaba con otras mujeres, después me dejaba en casa y me besaba. Sus besos eran manifestaciones cómplices llenas de deseos clandestinos, llenos de dolor, de inexistencia. José comenzó a irme a ver a la universidad, me llamaba entre clases para que salga con él. Una masculinidad cómplice siempre configura un proyecto de masculinidad dominante, siento que José era un hombre muy bueno, muy virtuoso, pero como todo hombre bueno y virtuoso pensaba que tenía la razón en todo, incluso en la inteligibilidad sobre mí, yo debía ser machito, bien portado, era esta figura paterna que nunca tuve y que buscaba desperdigar mi rareza, esta parte salvaje y femenina de mi cuerpo. Una noche después de cenar me llevó en su carro por Guápulo, se parqueó en un lugar oscuro y comenzó a sacarme la ropa, después me mirar mi cuerpo decidió que debía ser más atlético para tener intimidad con él.
Esta fue una puñalada invisible que sobrepasaba la injuria que mi cuerpo venía sintiendo desde la escuela, la cualidad de rareza vinculada con mi clase social, mi procedencia y mi orientación sexual. Ahora intersecadas por la ausencia de belleza para los ojos masculinos homosexuales. Este sentimiento doloroso, abrió una herida que, aunque había sido abierta con violencia por otros. Hasta ese momento se había sostenido con juicio y mucha fuerza de voluntad. Pensé que perdería el semestre por las depresiones en las que me encontraba, finalmente era un cuerpo que importaba a alguien, pero al mismo tiempo importaba por una idea ajena de cuerpo que me esforzaba en performar. Era un cuerpo insuficiente, cómplice, injuriado, un cuerpo-marca, raro, que ahora carecía de sentido en un mundo masculino.
¿Me sentía vacío? Creo que José me dio la posibilidad de volver a escuchar el cuerpo sombra, del que habla Angélica Ordóñez, dejar de ignorarlo, tratarlo más bien como un síntoma.
Y lo escuché, escuché los gritos de violencia sobre mi cuerpo, escuché los sonidos de dolor, las marcas, los prejuicios sobre mi cuerpo, los sonidos de chaos, de abandono, de soledad, que fueron resueltos con la creación de una imagen sin sentido, la posibilidad de crear nuevas palabras, de exteriorizar mi cuerpo-marca como un lugar de rareza, explotar esta potencialidad, esta fealdad que supone el borramiento de mi identidad y la creación de otra.
La creación de mi personaje drag (travesti) no fue difícil, lo difícil fue tratar de darle un sentido. Hallo mi proceso muy similar a lo que Halberstam (2013) define como feminismo gaga, donde se confunde las fronteras entre el dentro, el afuera, donde se fuerza a la imagen al borde del sentido, donde la superficie se tergiversa tanto que el objeto en sí no tiene un propósito sino que su carácter performativo es su propósito en sí mismo y la explotación de su potencialidad. Recuerdo a un amigo drag de nombre Larry que me decía: “Piensas mucho las cosas, solo debes hacerlas”, cuando se refería a mi personaje drag.
Me defino como una petit queen hombrada. Siempre fui una de las drags más pequeñas, nunca me gustó transfigurar mi cuerpo en un cuerpo completamente femenino, aprendí a caminar en tacos con una drag afro que se llama Drástika. Por mis ojos rasgados mis amigas me apodaron como la china. Entonces la petite queen en la que me había convertido era una travesti pequeña de ojos rasgados, que caminaba como negra y que hablaba como hombre. La gente veía algo muy cómico en mi personaje, mientras yo exteriorizaba esta fuerza potencial de rareza que se había acumulado y reprimido por muchos años desde mi niñez.
Drag Queens según algunos autores somos incluidas como una clase de transgenerismo, se refiere a hombres que se visten como mujeres y performan una identidad femenina sin llegar a ser físicamente mujeres (Halberstain y Belgrave 2007, 4). Halbestain y Belgrave (2007), en su estudio sobre Interacciones entre hombres gay y drag Queens definen la categoría Mezcla de Género(gender blendig) para describir narrativas específicas de la comunidad sexo-diversa.
La mezcla de género es un término para describir por medio de narrativas, la complejidad de relaciones y la negociación entre grupos suburbanos estigmatizados. Para mí fue muy importante describir esta narrativa propia, porque además de ser propia fue un cambio fundamental en mi subjetividad en la forma en la que miro el mundo, tal vez encontré mucha más gente rara como yo, pero la figura del drag de forma similar a lo que propone Halverstam (2013) sobre el feminismo gaga, es una narrativa no domesticada, que proviene de un desorden en los comportamientos y restricciones morales de un sombra del cuerpo de un astronauta, el sonido del feminismo gaga, emite un exceso de performatividad, conjura nuevas palabras, mundos frente a la racionalidad y el sentido, una drag encarna un caos creativo (Halberstam 2013, 24), frente a la paradoja de mi cuerpo y su vulnerabilidad, cuando alguien me pregunta ¿Por qué hago drag si soy feo, si hablo como hombre, si camino como negra? Mi respuesta ahora es GO GAGA GO GAGA.
Bibliografía:
Behar, Ruth. The vulnerable observer . Boston : Beacon Press , 1996.
Butler, Judith. Cuerpos que importan.México : Paidós, 2002.
Cornejo, Giancarlo. «La guerra declarada contra el niño afeminado: Una autoetnografía "queer".» Íconos, revista de ciencias sociales, 20100 : 79-95.
Friday, Nancy. My Mother My self .Estados Unidos : Laurel , 1987.
Halberstain, Robert, y Linda Belgrave. «The interaction of drag queens and gay men in public and private spaces.» Journal of homosexuality , 2007: 1-23.
Halberstam, Jack. «Go Gaga: Anarchy, Chaos, and the wild.» Social Text , 2013: 123- 134.
Kosofsky, Eve. Tendencies . Londres : Routledge, 1994 .
Ordóñez, Angélica. «La mujer astronauta. Aproximaciones a la masculinidad, el cuerpo y la enfermedad .» En Masculinidades , de Xavier Andrade, 139- 155. Quito : Flacso, 1999 .

[1] La Mujer Astronauta, de Angélica Ordóñez (1998), La guerra declarada contra el niño afeminado: una autoetnografía “queer” de Giancarlo Cornejo (2011). [2] En mi experiencia de casi cuatro años como drag queen en diversos grupos transformistas como Híbridas, Karishinas girls, Hermandas delta. En Quito-Ecuador.
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