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Escribir una carta o el cuerpo como fundamento de todas las cosas

  • Foto del escritor: Angel Burbano
    Angel Burbano
  • 18 sept 2024
  • 22 Min. de lectura

 

La identidad es en sí misma,

 una propiedad infinita, primordial

Spivak, En Otras Palabras, en Otros Mundos, 2013

 

Desde Wall Street hasta el ejército,

todas las utopías del capital

se basan en una micropolítica infinitesimal

 a nivel del cuerpo

 Federici, Ir más allá de la Piel, 1922


Como si de un planeta se tratase, la fuerza de su peso nos atrajo hacia su centro de gravedad. Se supone que la realidad es un juego de imágenes y significados… Que, sin embargo, eran traspasados como dardos, por la intensidad de su titánica voz. Yo, solo pude agarrarme del monte para no caer. Aunque daba lo mismo para un corazón roto caer de un piso o de seis.


De pronto, su bellísimo nombre. La neblina se nos atrevió entre los pies desnudos, como algodón húmedo o el pelaje de un animal extraño. Amaru y Jorgito tomaron mi mano e hicimos tensión. Juntas.


Su inmensidad oceánica,

Su vacío aplastante,


Me pregunto –¿cómo viajaban las ondas sonoras sin un elemento elástico que las contenga en este lugar, que corresponde a la antesala de la primera oscuridad? Como lo hubiese descrito Antígona mientras descendía a la tumba de su hermano.


–Ese pequeñísimo instante sin sol–

-Silencio-


Con la muerte anidada en el estómago se construyó parcialmente algo… sin ley, sin padre. Una Pacarina […] dónde pude abrazarlo por última vez.  Donde pude besar sus tiernos labios antes de devolverlo a la tierra.

.-.-.

Situadx en medio del silencio me pregunto ¿dónde estoy?


El mar es la Gran Madre mencionan las mujeres Haenyeo[1] de la isla de Jeju en Corea del Sur, una línea divisoria entre la vida y la muerte a veinte o más cuerpos de distancia. El vientre oscuro de la gran madre.

Tal vez es una experiencia colectiva para lxs migrantxs mirar a la gran madre cuando surcamos el cielo. Entonces la gran madre es también la última[2]. Así como explica Michela Mugia (2014), no venimos al mundo solas, no nos cortamos el cordón umbilical solas, no nos golpeamos el pecho para regurgitar amnios nosotras mismas. La última madre es lo que muchas de nosotras vemos por última vez cuando devenimos en migrantxs.


La última madre nos empuja, como el calambre en el estómago sobre el presentimiento de la desgracia. La última madre nos sumerge en una masa turquesa, hacia el paisaje caótico que nos constituye en el límite último de la identidad.


Contextualizar este boom migratorio en Ecuador y a nivel global es de crucial importancia. Catherine Walsh (2023) se refiere a estas estructuras y formas como resultado de una sistemática práctica de violencia-desposesión, guerra-muerte en un proyecto de des-existencia, paralelo a la pandemia Covid-19. Un vientre oscuro que se agrieta, millones de personas que nos movilizábamos desde Sur América, Europa del Este, Medio Oriente, Asia en 2022, 2023, 2024. 


¿Dónde estoy?


Escribí esta carta a retazos, en medio de mi segunda migración al Sur de Italia, en la provincia de Puglia.

Aquí me arrojó la última madre a cinco kilómetros de la ciudad de Vieste, en un elegante Villaggio turístico que se levanta pérfido y solitario frente al mar Gargano con el nombre de Gattarella. En medio de sus 128 departamentos yo paría el dolor de la pérdida, el luto, y el destierro.


Algunas de las lecturas que me acompañaron son los Poderes de la abyección de Julia Kristeva (1988) y las reflexiones decoloniales de la abyección del género de Yuderkys Espinosa[3]. Cuestionamientos desde el cuerpo profundamente herido, la violencia del cuerpo que se sabe desocupado de memoria, en el límite del sentido, cuya pregunta sobre sí mismo cambia y se convierte en una pregunta espacial, nos sostenemos con las uñas de lo que nos rodea.


Uno de los clivajes de la palabra abyección es el exilio, teorizado por Kristeva (1988) que proviene del francés “Jeté”, es decir que (se) ubica, (se) separa, se sitúa y erra en vez de reconocerse, de desear, de pertenecer o rechazar (pág. 160). Como todas las líneas de arena dibujadas dentro de las olas del mar, que constantemente se distienden, se recogen, erran.


Camino dentro de un paisaje catastrófico.


La ciudad amable, es una ciudad nocturna, dónde nuestros cuerpos transitan, nos reconocemos con otrxs migrantes, la desposesión ahora tan cerca, se pliega, se vuelve cotidiana, es el microuniverso, la ropa en la mochila hacia el norte o hacia el sur, la búsqueda de posto letto, las conversaciones con otrxs migrantes en cualquier espacio. La negociación violenta con los que llegaron antes en los espacios laborales.


Para Nelson Maldonado-Torres (2007) esta experiencia puede ser teorizada como la colonialidad del ser, en otras palabras, la experiencia vívida de la colonialidad que va más allá de la mente del sujeto subalterno y que se sitúa en el cuerpo. En un cuerpo que poco a poco desaparece en la pregunta espacial.


Son anotaciones en el aire que agarro con los dedos para comprender, el movimiento, mi segundo destierro, un lugar fronterizo y raro, la extraña belleza de tener una primera vida pasada y construir otra con palabras ajenas, forzadas algunas veces, apropiadas, resemantizadas, como un roedor.


La ira, rabia, lágrimas, compartidas en los bosques de Bosnia, Albania, Rumanía, en México, en Líbano. Fronteras dónde se siembran cuerpos que se avientan a los centros industriales, que forman parte de nuestro abismo.


El significante de la abyección-de-sí, menciona Kristeva (1988) es la literatura. Entonces estas cartas son signos escasos y vagos que yo había escrito en medio de los departamentos del Gattarella. Porque muchas cosas solo pueden ser pensadas de noche y en soledad… cuando los olivos cantan, cuando las huellas de los vidrios aparecen solas, cuando la mirada de la sombra nos cubre de su presencia.


Este relato lo escribo desde la maldad del Gattarella, contada por los árboles otrora incendiados en mis sueños.


Y cómo si de un extraño sueño lleno de maldad se tratase, en febrero de 2024 se conoció el caso de nueve niñas: Leonela Moncayo, Rosa Valladolid, Skarlett Naranjo, Jamileth Jurado, Denisse Nuñez, Dannya Bravo, Michell Mora, Jeyner Tejena y Kerly Herrera, que volvieron a demandar al Estado ecuatoriano por el incremento de 447 a 486 mecheros en la región de Sucumbíos y Orellana. Medida que incumple la sentencia del Estado, efectuada en 2021, según la cual se eliminarían los mecheros de forma progresiva. Como consecuencia de los gases tóxicos y la contaminación del agua y los alimentos, se registran en la actualidad 251 personas con cáncer en zonas cercanas a los mecheros (Paz, 2021).


Varias de las niñas luchan por sus familiares con cáncer, generado por efecto de los gases como dióxido/monóxido de carbono, óxidos de azufre, nitrógeno, metano, butano, en los alimentos, el agua, el aire (Primicias, 2024). Nuevamente del dolor nace la potencia y la voz frente a lo que Silvia Federici (2022) menciona como el gen egoísta del sujeto neoliberal.


Varios cuerpos compartimos estas luchas por la desposesión del territorio y de la vida. Yo perdí el 2 de diciembre de 2023 a mi pareja Chetito, de 22 años, que en un principio fue diagnosticado con artritis séptica a la cadera izquierda. Luego de varios meses de espera y de errados diagnósticos médicos, incluyendo la ineptitud y el maltrato del personal hospital público Eugenio Espejo, fue diagnosticado con cáncer al tejido linfático. Linfoma-No Hodkins. Chetito nació y vivió su infancia en la comunidad campesina de San Pedro vía Ibarra-San Lorenzo, con una alta población afrodescendiente y con alta presencia de minería legal e ilegal que después afectaron su salud de forma irreparable.


Chetito me decía: No es de admirar que de un día al otro los vecinos aparecen con sus carrazos o sus motos paseándose por San Pedro, incluso mandan a sus hijos a estudiar al extranjero luego de vender sus tierras a la minería. Ojalá estas palabras que tejan ahora mi llanto con el llanto de otras que han perdido, también, su vida entera, su alegría, y sigamos flotando en este camino en la ciudad del Hombre[4], cantando nanas al viento.


Cathy Walsh habla sobre el llanto: “la indignación, la furia, tejidas con otros llantos denuncia, define, grita contra la cotidiana desposesión de la muerte guerra des-existencia presente, de la mutación colonial” (Walsh 2023,12). Es, entonces, el llanto una grieta, una conexión profundamente espiritual con otras y con las que no están, para salir de forma parcial del abismo, pero en relación con los ríos, las montañas, las selvas.


Me pregunto si es mucho más fácil acercarnos desde este paisaje caótico que ahora nos constituye como abyectos, errantes, migrantxs, desterradxs, hacia un conocimiento encarnado, construido de forma comunitaria, desde los saberes de la vida en relación, pero también pensado de forma conjunta, re-apropiada, situada. Formas importantes para nombrar nuestro dolor.


“Estamos hartas, necesitamos redes para defendernos, ya no queremos hacer boletines fúnebres por Facebook. Necesitamos juntarnos y actuar en manada”, mencionó Devy Andreína Grijalva (2024), mujer transexual activista y secretaria del Sindicato de Trabajadoras Sexuales de Quito, en la presentación de su agenda anual en el Centro de Arte Contemporáneo.


Cuando terminó de leer este discurso supe que era momento de empacar. Llegué a casa y tomé algunos vestidos, la foto de Chetito y llamé a la dita de limpieza de hoteles Grilliam, para la que había trabajado en 2023 e inicié así esta búsqueda, cómo el de una página en blanco.





 

La Carta y los significantes del yo-nosotros-profundo

Aquí se escribe y se corta con la lengua

Valeria Flores, Interruqciones

 

Chetito fue mi primer lector, yo garabateaba esbozos, cartas, artículos sobre los mercados, sobre el género, sobre Mama Huaco, tal vez algún escándalo público que se politizaba… y él me daba su opinión, y así estas letras alimentaban el fuego que llevo dentro, que me mantiene viva aún hoy.


También me acompañó a pensar varias reflexiones sobre género y más allá del género desde su propio senti-pensar comunitario, como parte de la comunidad campesina llamada San Pedro de dónde era originario, y a la que no tuve la fortuna de ir mientras él estaba vivo, sino en su funeral.


San Pedro a dos horas de Ibarra, vía San Lorenzo, se abrían entre los ramajes de una peligrosa carretera, entre tramos sin asfalto, y otros cerca al barranco, aparecía como un pequeñísimo paisaje circundado de un río de agua dulce, dónde las personas salían con botas amarillas y saludaban a todos tal como me lo había dicho Chetito. Nos imagino llegando a San Pedro, a su casa comunal, a los cerros, los árboles de guayaba, a los estadios de volley, nos imagino bailando bomba en las fiestas, porque no hay nadie de San Pedro que no sepa bailar y cantar bomba.


Alguna vez pasamos año nuevo en una bella playa, en 2023, y al regresar el bus tuvo que detenerse antes de entrar en el terminal de Carcelén a las 4:00 de la mañana. Eran varias las personas que venían desde Venezuela y dormían por varios meses en los terminales, a muy bajas temperaturas y tomando café o agua caliente para soportar el frío.


El abyecto no es un objeto, es un no-ser, lo que se excluye, lo que contagia, lo que no soy para existir, también lo que no sale en los noticieros, los niños en las banquetas, las mujeres que no dormían por temor a una agresión sexual.


Chetito y yo esperamos entre la multitud y faltaban pocas horas para el amanecer.

Mientras charlábamos con los viajeros se me ocurrió una carta sin destinatario en un paisaje holocáustico, crudo, desolador que nunca llegué a escribir. Un cierre de la sustancia o del lenguaje.


Un año después, al migrar por primera vez a Roma después de la total crisis económica y de trabajo por las secuelas de la pandemia Covid 19, era yo misma quien ocupaba un lugar atropelladamente entre las multitudes de migrantes. Descendí en la estación de metro Rebbibia, de la cárcel del mismo nombre y me subí a un Pullman, que se alejaba de la ciudad, hacia un sector con industrias, o casas abandonadas. Observé antes de llegar al Ufficio di Migrazione, a varias personas que vivían en carpas. Éramos varios cuerpos racializados que buscábamos legalizar nuestros documentos en el Ufficio XIII della Questura di Roma, para trabajar lo antes posible.


Había muchísimas personas que hacían filas durante semanas para solicitar asilo político. Yo en otra fila, del lado de mi madre. Mi madre había llegado a Roma hace ya 25 años como turista en la gran migración ecuatoriana de 1999 a causa de la dolarización y del feriado bancario, luego se quedó como una migrante ilegal, hasta su legalización como esposa de un ciudadano romano. Aún así su pequeño cuerpo temblaba mientras mostraba sus papeles en regla. A los ojos de los policías éramos demasiado tontos para comunicarnos. Fueron varias semanas, meses de paisajes holocáusticos.


¿Podría escribir/me una carta a mí mismo despojado ahora de toda humanidad?

La carta desde el psicoanálisis es un conjunto de significantes profundos, que dan sentido. ¿Cómo mi identidad se había desfigurado tanto?… o era otra ficción…


Tal vez una falsa operación de los poderes de la representación o simplemente Chetito y yo nunca estuvimos tan lejos de formar parte de nuestros amigos venezolanos en el terminal de Carcelén.

“Las cosas no tienen fundamento, sino que son el fundamento de todo” menciona Spivak cuando habla de la teoría de la imaginación y la carta. Sin embargo, mi materia no lo era, la había perdido en el camino, retazos de mi cuerpo en el mar Atlántico. Ahora que este cuerpo no tiene fundamento es ilegal.


Nuevamente se me ocurría que podría realizar/me una carta desde Carcelén a la fermata del metro de la cárcel de Rebbibia, una carta que sea el fundamento de todas las cosas, que sea un descanso, que sea la caricia del Chetito, que sea el café entre los venezolanos o el Hachard que comen los bangladesh mientras acampan fuera de la Questura. Una carta, que, bajo ciertas condiciones, me daría poder absoluto sobre mi vida y sobre el vacío. La carta podría hacerse de muchas maneras, porque “el silencio nunca nos ha traído nada valioso” (Lorde 2019).


¿Qué sanar?: la irrupción de yo/nosotros profundo


Existen varios relatos en mi comunidad sexo disidente, como secretos a voces, de personajes que nos visibilizan, que celebramos, que poco a poco nos entusiasman en las conocidas políticas del cuerpo, que nunca serán visibilizados por los medios más comunes. Encontré la amistad de Coyita, Amaru, Marx, en parte por las fundaciones GLBTI+ a las que concurríamos, en parte por eventos de los que forman parte activa.


En alguno de mis acercamientos, de la mano siempre de mi Chetito, pude conocer a Coyita Anguaya, mujer trans indígena y Ñusta,[5] gay de Otavalo coronada en 2017. Su participación y visibilidad buscaba, en sus palabras, “vencer los prejuicios y lograr la inclusión en la sociedad” (El Universo, 2017). En la actualidad es ampliamente reconocida en el “ambiente/comunidad” gay de la sierra centro-norte.


Sin embargo, el Municipio catalogó a Coyita como una mala imagen en eventos públicos, de forma específica en el desfile del Yamor, al que acudió de igual manera junto a otras reinas diversas de Atuntaqui e Ibarra. La aplaudimos por su rebeldía y su resistencia.


Coyita aún es objeto de duras críticas al interior de su comunidad San Rafael de la Laguna, llegando a la persecución (Soria 2027). Coyita se sostuvo firme, nadie la ha sacado de su comunidad. En la actualidad, transita entre la división sexual del trabajo, la cosecha, la cocina, la venta de los panes que realiza su abuelita. Me mencionó, alguna vez, que un comunero le dijo: “las warmis deben estar en la cocina”, la respuesta de Coyita fue seguir trabajando la chacra junto a los demás hombres.


Marx Amaru, estudiante de danza, tiene una propuesta clara acerca de la figura del Cari-Warmi: una figura que de igual manera transita entre los espacios femeninos y masculinos de la comunidad, con una energía fluida. Mi querido amigo Amaru Caluña reflexiona acerca de la brutal violencia con la que la empresa colonial arrancó la subjetividad de la que se habla en los libros de historia contemporánea (dos espíritus, tercer espacio). Para Amaru, tratar estas subjetividades sin hablar de la colonialidad del ser (casa-adentro) es difícil.


Este tipo de colonialidad se presenta de forma permanente. En la actualidad, el acercamiento de los jóvenes indígenas a espacios gay-mestizos son muy tensos. En algunos casos no se respeta su indumentaria (en las discotecas gays, por ejemplo, se llega a casos de violencia por el uso del sombrero tradicional) o porque “lo gay” supone, aún, una mirada imperialista sobre la estética corporal, la raza y profundamente despolitizada.  


Para Amaru, son importantes algunas figuras andróginas que permanecen en las celebraciones festivas o religiosas indígenas, como el Warmitukushka –danzante travestido– cuya presencia se puede observar en las festividades de Otavalo, Guaranda, Riobamba, entre otras provincias de la sierra centro-norte. Vestigios, o tal vez una potencia transcultural, que irrumpen en el tiempo de la fiesta.


En la comunidad campesina de San Pedro, de donde era Chetito, pude observar el tránsito que, de una forma absolutamente afectiva, el cuerpo de Chetito ocupaba en la cocina, junto a su abuelita y a su mamá. Los espacios en los que su cuerpo se regocijaba de alegría con sus primas y, en menor medida, en los oficios de la construcción que efectuaba su padre y su hermano Jordan. Antes de plantear una versión errada sobre -una identidad- asumida por mis formas de inteligibilidad del género occidentalizadas, tejimos algo juntas todas.


En la persecución a Coyita, el silencio de piedra sobre el deseo de Chetito (en una comunidad mayoritariamente cristiana-evangélica), en la herida aún abierta de mi querido amiguito Amaru Cataluña, cuya madre fue regalada de niña (casos conocidos como niñas güiñachiscas). La definición, en estos casos, sobre la identidad es que nuestros cuerpos no son suficientes para ser fundamento de todas las cosas, de la humanidad, de la salud, de la vida.


Habitar en esta isla del dolor, en la abyección, en otro lugar, es una maquinaria de imaginación desde donde podemos escribir cartas, frente al exilio, frente a la persecución, al luto, la tristeza, la incertidumbre de nuestro pasado, los significantes del yo-nosotros-profundo nos sostienen.


Varios jóvenes indígenas, en esta generación, conocen la historia de la pareja de novios que vivían juntos en Chibuleo. Luego de una denuncia pública de la presencia de una relación “homosexual” fueron ajusticiados, bañados en agua helada y ortigados por romper la armonía de la comunidad. Los imagino marchándose de su comunidad con el dolor y la vergüenza a cuestas. El poder performativo de las palabras no es suficiente sin las condiciones materiales con las que caminan nuestros pies, con las que abrazan nuestros cuerpos, con las que sienten nuestros espíritus. 


La poeta Audre Lorde menciona en Los diarios del cáncer, que “Primero duele, después se llora” (2019, 75). Siguiendo la reflexión de la poeta profundamente herida por la enfermedad, la raza, la disidencia sexual, es absolutamente necesario trabajar en lo que ella misma llama el “Yo profundo” de una manera dura y urgente. Es precisamente el camino al yo-profundo/comunitario, un camino de sanación que antecede a la pregunta por la espacialidad en el éxodo.

 

Imposible sanar sin las condiciones materiales de nuestrxs cuerpxs: sobre el valor de uso en el trabajo


“¿Acaso el obrero pretenderá construir en el aire, con los diez dedos, producir mercancías con la nada?” (Marx, El Capital, 1976, pág. 231)

 

Mi vida al igual que la de mi madre, al igual que la de mi abuelita Lucila, al igual que la de mi bisabuelita Mamita Manuela, se escribe en el exilio, en la migración, supongo, aprendimos unas de otras a sobrevivir, a perder el miedo a lo desconocido, a vender nuestra mano de obra y conocer muy bien los espacios sociales del trabajo.


Mi madre tomó mi mano cuando decidí transitar a Roma-Italia, con un visado de turismo en 2023. Cuando llegué a Roma, atareado por el cambio de horario y el mareo del avión, lo primero que observé fueron varias estatuas blancas de la Virgen María entre los altos edificios, una longitud interminable de edificaciones de estilo arquitectónico palazzo, con sus cornisas, con una hilera simétrica de una infinitud de ventanas en arco, incluso varios relieves y pinturas en lo alto de sus fachadas. Tampoco había visto tantos religiosos reunidos en una misma ciudad.


Roma es una ciudad de altos contrastes, tradicional y moderna al mismo tiempo. Italia había vivido un complejo panorama económico al final de la Segunda Guerra Mundial, apoyada por el Plan Marshall (ambientado en una progresiva guerra fría en juego con Europa del Este y Rusia). Italia había, pasado en los años 50 y 60, de ser una nación agraria a ser un “milagro económico”, con una segunda revolución industrial: la producción a gran escala de la industria automotriz Fiat (1953), localizada en el centro-norte (en las regiones de Lombardia, Piemonte y Liguria) que se expandía de forma acelerada al resto del país.


Sin embargo, menciona Estefano Monteleone (2014) que la víctima sacrificial de la gran transformación fue el sector agrícola, con la conocida “fuga del campo” y la gran oferta de mano de obra a bajo costo (pág. 8).


Como consecuencia de estos procesos sociales acelerados por los mercados en expansión se pueden observar las grandes desigualdades entre norte y sur, que perduran hasta la actualidad. Roma es una ciudad de grandes contrastes, incluso, en el argot popular de hace una generación (años sesentas), las familias tradicionales italianas vacacionaban con una vaga noción de turismo (traída principalmente por las películas estadounidenses). Toda la familia viajaba en sus automóviles con sillas, tiendas, mascotas. Las Nonnas italianas realizaban grandes lasañas para toda la familia y la repartían en la playa.


Esta acelerada desigualdad afectó principalmente a las mujeres de las áreas rurales, como se puede observar en varias figuras retratadas en la literatura como la celebrada Teresa la Ladra de Dacia Maraini (1936). En suma, mujeres desarraigadas de su núcleo familiar, de un campo laboral precario, que incurren en el hurto, en la prostitución (altamente demandada por los centros industriales); mujeres que con un paso cadencioso se movían de las iglesias a los cafés, de los cafés a las cárceles, de las cárceles a los sanatorios, para mermar el hambre y el invierno húmedo de la ciudad atravesada por el río Tíber.


Pienso que, desde estas desigualdades, se construye una cultura del proxeneta frente a los cuerpos que no somos el fundamento de todas las cosas, los cuerpos que carecemos de verdad. Los hombres se aproximan sin reparo, e invitan cafés, prometen trabajos, buscando beneficios sexuales o económicos.


La actual Italia a la que los ecuatorianos migramos luego de la masiva época de despidos en el sector de la educación y salud postcovid, es una Italia que en 2008 tuvo una gran recesión, con efectos claros en el mercado de trabajo y una marcada transformación de las condiciones de trabajo que sigue afectando principalmente a las mujeres y a los migrantes como en los años 60 (Pescarolo 2019).


Menciona Silvia Federici (2022), en sus reflexiones sobre el capitalismo y el cuerpo, que desde el punto de vista del trabajo estamos viviendo en un mundo fluido del género, que espera que los obreros sean masculinos y femeninos al mismo tiempo (41). Para Federici el género, definido desde el uso de la fuerza de trabajo, “es un largo proceso histórico de disciplina, y se mantiene no solo mediante la imposición de ‘normas’ sino a través de la organización y división del trabajo, la creación de mercados laborales, diferenciados y la organización de la familia, la sexualidad y el trabajo doméstico” (52).


Es, en este sentido, una herida autoinflingida, ser mujer, o ser homosexual, la historización de la norma, pero también la división sexual del trabajo, la apropiación, enajenación y explotación capitalista del trabajo femenino, que Silvia localiza en el “siglo de hierro de las mujeres” o en la época de brujas (s.XVI-XVII), que inscriben con terror y muerte la opresión de los cuerpos de las mujeres y de los abyectos del género.


¿Aún permanece la división sexual capitalista del trabajo?


El género es reactualizado conforme a las necesidades del capital y de las instituciones en juego, como la psicología, la ciencia, incluso los derechos humanos y el sujeto de derechos.


En la gran depresión de los 30 en Estados Unidos, varias mujeres de clase trabajadora fueron esterilizadas y consideradas como débiles mentales, a quienes los médicos usaban para etiquetar de “promiscuas” y a otras mujeres que tenían hijos fuera del matrimonio (Federici 2022). Es muy penoso que en la actualidad dichas etiquetas siguen siendo utilizadas en mujeres obreras que no tienen muchas habilidades sociales, o que llevan una sexualidad mucho más libre.


-        Hai mai visto cosa del genere, loro sono sceme- preguntó alguna camarera que hacía conversación con los obreros en la mesa del desayuno. Refiriéndose a Chiara, a Analissa, a Luna. Por no hablar correctamente el italiano, o simplemente porque no le gustaba socializar. Etiquetadas de mujeres “raras”, lentas, débiles, tontas.


A la historicidad de estas heridas gravadas en el cuerpo del trabajo contemporáneo, se suman las grandes migraciones por las guerras. Desde 2008, un importante tránsito de Ucraía y de Rusia, así como los efectos amplias movilizaciones de Asia.


Ahí estaba yo. En un gran tránsito global, que lo organizaba todo y lo desorganizaba todo. Por género, por raza, por disciplinamiento corporal en realidad.


Después de aprender el idioma, trabajé limpiando casas y conocí a varios hombres, mujeres y a uno que otro proxeneta. Se presentaron cerca de la Tomba di Nerone, seres endriagos que parecían sacados de los testimonios de Purita Pelayo en el Ecuador de 1970.


Pienso. Todo tenía un precio en Roma. Qué bueno que existen mujeres que escriben de las historias de otras mujeres. He escuchados casos de jóvenes que después de ser desechados lo quemaron todo y luego regresaron a sus países sin ahorros, sin tiempo. 

.-.-.

Sobre el trabajo doméstico, uno de los casos que más me conmovió fue el de Amira. Trabajé como badante[6] para el pintor Antonio Vangelli (1941). Cuando íbamos al supermercado juntas, Amira me preguntaba por qué no estaba en el colegio, también me hablaba de su hijo ya adulto, que la esperaba en Siria. Sin embargo, Amira tenía cáncer tipo IV a los huesos y se le dificultaba mucho el movimiento. A pesar de los dolores, seguía trabajando en la medida de lo posible.


Era la hipótesis represiva, que le había enseñado a ser fiel a su empleador, era la devaluación del trabajo reproductivo que la obligaba a ahorrar entre sus terribles dolores. No existía una respuesta abierta y lógica para la completa enajenación de la venta del trabajo de cuidado, o la venta de su existencia misma. 


En mi experiencia como abyecto del género, de raza en un centro industrial europeo, destaco la necesidad de resituar las condiciones materiales de trabajo, de verdad y comprensión sobre el género y el cuerpo en el contexto italiano.


Los oficios de pizzaiolos (preparación a la que asistí con varios jóvenes kurdos y afganos en situación de asilo político) fue una experiencia muy enriquecedora y fortalecedora; sin embargo, en el campo laboral italiano, la pizzería es un oficio mayoritariamente masculino y con ello las condiciones sociales de tiempo y espacialidad. Más allá de la creación de valor de uso, existen otros requisitos de mandato de género; por ejemplo, recuerdo a un Pizzaiolo que me ordenó que abriera la puerta de un horno a 200°C con mis manos descubiertas, para demostrar mi hombría.


Finalmente, pude incorporarme como camarero de un hotel de lujo. En un principio fue una sorpresa para todas mis compañeras que un hombre busque realizar un oficio netamente femenino, como la limpieza de las habitaciones día tras día.


Puedo mencionar que este oficio es mucho más duro que la pizzería, la paga es disímil al uso de la fuerza de trabajo. El trabajo femenino necesita ser desvalorizado para ser explotado, precisamente por estas condiciones el oficio de camareras solo era ejecutado, en su mayor parte, por mujeres migrantes. 


Marx (1976) menciona que el servicio es el efecto útil de un valor de uso (193). Nosotras como camareras creábamos día a día un valor de uso, enajenado por completo de nuestros cuerpos. Ahora bien, el valor del servicio de un hotel de lujo reside, principalmente, no en el objeto útil, sino en la cantidad de trabajo que se materializa en este servicio.


Y la cantidad de trabajo a espaldas de todas las camareras estaba fuera del tiempo socialmente aceptable. El capitalismo se había adaptado y había creado las sociedades, en las cuales el obrero no solo vende su fuerza de trabajo, sino que ahora es socio; por lo tanto, integra los supuestos medios de producción. No existía hora de almuerzo, así como otras condiciones en cuanto al trato en el trabajo.


Sobre el trato, menciona Marx (1976) en una metáfora, que los mulos reemplazan en ciertos oficios al caballo porque existen ciertas labores que los caballos no pueden soportar, mientras que con un mal trato y “golpes” los mulos se acostumbran sin demasiada incomodidad incluso con la mitad de comida de un caballo (232).


El capitalismo plantea una perpetua reactualización de la domesticación/en-generización del cuerpo, cuyo trato hacia las mujeres/migrantes y los abyectos del género mantiene la norma.


Muy a pesar de este complejo panorama para el cuerpo de lxs migrantxs, permanecí junto a mis compañeras. Porque existe vida y aprendizaje en los oficios femeninos, en los paisajes afectivos móviles, nómadas, en el humor, la risa, en el miedo compartido, en el luto compartido. En una lengua mal hablada. Por este motivo escribí una carta a mis amigas camareras del hotel Villa Agrippina que extrañaba tanto desde la maldad del Gattarella, dónde no existen risas, dónde el trabajo es individual y la búsqueda de reconocimiento y de horas es el pan de cada día. Incluso parir este dolor de la pérdida de Chetito habría sido más llevadero de la mano de Gigina, Olga, Ola, Oddy…


A modo de conclusión…


Después del fallecimiento de Chetito, escribiremos juntas esta última carta al abuelito fuego. La llama que está encendida dentro de nosotras.


Nos gustaría escribir muchas cartas más.


También escuchar juntas Bullerengue, junto a nuestra bebé canina Pepita.


Nunca estuvimos lejanas de un paisaje holocaustico. O el dragón del dragón de cómodo.


Tampoco puede la carta ser una respuesta al luto o resolver las injusticias sobre nuestros cuerpos.


Quisiera pensar que esta carta es una forma amorosa de mirar hacia adentro la destrucción que la ciudad del hombre ha hecho en nosotras. Y encadenarnos a otras, en otros llantos, en otros caminos, en otras resistencias, desde muchas globalidades. En distintas lenguas, en distintos paisajes holocáusticos.

Chetito, llegamos al mar,


Tu piel ahora de color cobrizo y tu sonrisa en medio de las olas


Pero, la tierra reclama lo suyo,


Todo se drena y duele,


Mi pequeñita nariz de bola, los cerditos mirando las montañas, la pequeña fábrica de besitos… tu fachino, tu Gilo, espera por ti, ven. ¡Llévame cuando la carta haya terminado!

 

 





 

 

[1] Conocidas como las sirenas de Jeju, son comunidades de mujeres buceadoras marinas que viven de la recolección y la pesca en el océano, poseen un gran conocimiento ancestral de la flora y la fauna marina y su equilibrio. Varias de las mujeres haenyeo pueden su mergirse hasta 10 metros de profundidad con solo una inhalación y sin la ayuda de máscaras de oxígeno. Desarrollan esta actividad 7 horas al día, 90 días del año (UNESCO, 2016).  

[2] Idea tomada del Planteamiento de Michela Murgia (2014) de su libro “La Accabadora” en el cuál persiste la idea de tener una última madre que interceda en una muerte digna. “¿Ti sei tagliata da sola il cordone? Non ti hanno forse lavata e allettata. Non soi natta e cresciuta due volte (...) Io sono stata l´ultima madre che alcuni hanno visto” (pág. 117).

[3] De su texto El Futuro ya Fue: Una Crítica a la Idea del progreso en las narrativas de liberación sexo-genéricas y queer identitarias en Abya Yala (2015), parte del compilado Andar Erótico de Raúl Moarquech (2015). 

[4] La ciudad del hombre es un planteamiento de la académica Sylvia Wynter (2003) que teoriza sobre la hegemonía de clase y raza. El diez por ciento de la población mundial que ejerce el poder, pero también en la ley heteropatriarcal impuesta por el gran Otro, el hombre con H mayúscula (Wynter, 2003). 

[5] Dentro de la cosmovisión andina y la distribución de un paralelismo de género. Pachacuti Inca instituyó el servicio de las mujeres al sol, que a su vez eran servidas por otras mujeres dentro de “acllawasi” o casa de las elegidas para preparar a las mujeres en meticulosas labores, dentro de los cuales destacaban las mamaconas o ñustas, que elaboraban tejidos, ropajes, vinos rituales. A lo largo del tiempo la palabra Ñusta se ha transculturizado, con la permanencia del significado “elegida” pero también como los reinados de belleza en distintas comunidades centro norte. Más que una representación occidental de los reinados de belleza las Ñustas cumplen distintas actividades en las comunidades dentro de las festividades, así como de las municipalidades (Martínez, 2022)

[6] Se refiere al oficio de cuidadorx, pero también al oficio de la limpieza doméstica. 


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