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Hardcore Kusi Pichiw: Reflexión de una travesti ecuatoriana

  • Foto del escritor: Angel Burbano
    Angel Burbano
  • 19 mar 2020
  • 14 Min. de lectura

Me atrae donde el sentido se desploma, lo que no es el yo, donde el sentido se desploma.

Julia Kristeva

Los poderes de la perversión


Travesti, es un término francés, significa caricatura.

Norma Fernández

Camina, desde el alma


Érase una vez el ano (…) al nacer somos un entramado de líquidos, sólidos y geles recubiertos a su vez por un extraño órgano cuya extensión y peso supera la de cualquier otro, la piel” (Preciado, 2009, p. 138). Con esta frase inicia Paúl Preciado su texto Terror Anal, dónde habla de varios temas como el deseo homosexual, la constitución social de la heterosexualidad obligatoria y finalmente la constitución político-histórica de los movimientos homosexuales maricas, queer de la mano de los feminismos.


He tomado esta frase porque creo que da lenguaje-sentido-pensamiento a un origen marica, desde una puesta contra-mítica, filosófica de relectura y porque simplemente es comprensible para mi cuerpo, responde a mi deseo, y finalmente al deseo del que está permeado este testimonio.


A partir de las palabras preliminares de Paúl Preciado, se desatan en mí un sinnúmero de recuerdos infinitos que dan lugar a este placer hacia-adentro, que además de tener la cualidad de ser otra cosa, una no-masculina, no-fálica, compone y ordena todo este cúmulo de ideas, algunas irracionales, algunas olvidadas, borradas desde este cuerpo marica, travesti, desde el cual expongo este texto. Me acompañan mi tierra, mis creencias, mi clase social, esta complejidad blanqueada mía que se llama mestizaje y la crisis latinoamericana que es mía también. Mis palabras son precarias, pero pueden dar luz sobre una reflexión del cuerpo travesti, con el mismo ejercicio que hizo Preciado: hablar poniendo la carne (a la par de la teoría), proponer la voz/ritmo 0 (de encuentro con la escritura y el cuerpo travesti andino) y por último y a diferencia de Preciado, intentar relatar la puesta en escena del cuerpo travesti-marica para crear nuevas epistemologías, formas de comprender(nos) desde el sur para el sur.


En este sentido, el académico-activista Diego Falconí, propone una metodología carroñera y cenicienta, para (re)pensar desde el sur. En sus palabras:



Los estudios de género en Latinoamérica vienen tarde, retrasados, insuficientes, repartidos en distintos filetes desde los centros del capitalismo postindustrial, hasta el tercer mundo sin refrigerar, desgarrados, deshilachándose, con retraso. La metodología ceniza, que subraya y utiliza las geopolíticas coloniales del género, es un posicionamiento crítico de este trabajo, en un área tan fértil como hambrienta de teorizaciones estratégicas (Falconí, 2016, p. 24).


De forma similar a la metáfora de Caliban (Caribe, Caníbal), tan importante en América Latina, las maricas hambrientas de comprensión, nos nutrimos de teorías feministas, de género, en desorden, desde las blancas hegemónicas hasta las de izquierda que nos han expulsado de su seno más íntimo de los movimientos obreros ¿Qué hacemos con esta carroña y estos despojos?


Desde 1997 con la despenalización de la homosexualidad en Ecuador, gracias a las luchas del grupo de mujeres trans Coccinelle, los estómagos de las maricas han producido jugos gástricos lo suficiente fuertes como para digerir toda teoría que llega a esta tierra, para asimilarla de la mejor forma en medio de la crisis económica y política que el país vive con gobiernos represivos, racistas, clasistas. El lenguaje, por tanto, es fundamental. La digestión, como proceso político, nunca fue tan necesaria en medio del retorno de los gobiernos de extrema derecha, de leyes neoliberales-gore. La digestión de otros lenguajes nos permite contener la voluntad por más tiempo, nos sobrepone a la precariedad, nos adapta a la escasa situación laboral (o nula para los cuerpos trans), nos ayuda a digerir los medicamentos cuando tenemos VIH. La carroñería nunca fue tan necesaria para sobrevivir en Latinoamérica.


Propongo en este ejercicio carroñero y ceniciento tomar dos partes de mi vida antes de mi devenir travesti-marica, ambos en mis diarios personales. El primero corresponde al año 2011, año en el que terminé la secundaria y migré a Quito; el segundo año 2014 en el que asumí mi homosexualidad (como identidad criminal) y mi devenir festivo-travesti.


1. “Yo”- doméstica:


Nací como un niño afeminado. Soy hija bastarda del Ecuador de 1999, de la dolarización y del gran endeudamiento, de la congelación bancaria y de la pobreza que más que marica, me hace una marica-popular de provincia.


Mi madre, Cleli Susana Solórzano Hidalgo, migró a Italia en 2000 con la ayuda de una amiga. Para ese entonces ya no teníamos que comer, el sueldo de un taller artesanal de suéteres no avanzaba para una madre soltera y yo me criaba de forma alternada con los siete hermanos de mi mamá. Tengo recuerdos… sin embargo, los más importantes fueron con mi tía Chela.


La Chela vivía en el barrio Pucará, en Riobamba, lo recuerdo bien, estaba muy cerca a la plaza de las gallinas en donde se vende de todo, desde animales hasta ropa y celulares (estos últimos, en la actualidad). Allí se vendían cosas tan extrañas como boquillas de focos usadas, radiadores, herramientas de segunda mano, santitos, muñecas rotas. A los cinco años pensaba ¿quién podía querer esas cosas? Aun así, con la existencia de un lugar como este, nunca pude tener una muñeca por ser “hombre”, ni siquiera una muñeca rota.


Me crié junto a Carla y Estefanía, mis primas. Juntas enfrentábamos al agresivo esposo de la Chela. Entre las cosas desperdigadas en mi memoria recuerdo que aprendí a caerle bien a la gente. Recuerdo que Estefanía se las ingeniaba para conversar con la vendedora de la esquina y cuando menos lo esperábamos hurtaba anillos de latón para Carla y para mí. Recuerdo uno de mariposa naranja que me hizo infinitamente feliz.


Con Carla mapeábamos a las niñas del barrio que podían tener los mejores juguetes, entonces montábamos un plan para jugar con ellas, cuando nos aceptaban en sus casas. Estefanía intentaba hurtar una muñeca para mí, alguna vez lo logró, pero la mamá volvió para reclamarla. Un año después de la migración de mi mamá, hice muñecas de fundas de basura, de palos de chupete, de tapetes de sala, de pelotas, de lana. Ella hubiera estado orgullosa de mí, siempre fui la más creativa de las tres.


Mi mamá, como dije, fue a trabajar de empleada doméstica en Roma. Me dejó a los seis años con mi familia paterna, que gozaba de mejores condiciones económicas que mi abuelita de parte de madre. Entre algunas de las decisiones de mi abuela paterna estuvieron: matricularme en una escuela militar y no dejarme salir con mis primas.


Comprendí a los seis años que era afeminado, que era malo y que iría al infierno. Según Guy Hocquenghem (2000) el deseo homosexual es ante todo “cuestión de infancia” (p.13). El autor explica que la sociedad capitalista fabrica al homosexual como produce al proletario, suscitando consecuentemente un orden normal y anormal para el homosexual. La invención a la que se refiere Hocquengem es en realidad toda una estructura, donde el homosexual surge de la mano del significado de la criminalidad, consecuentemente del castigo, así como del terror de un sistema capitalista que privatiza el ano (y su deseo).


No fue una coincidencia que me obligaran a estudiar en un colegio militar, ni la reclusión en aquella casa por los próximos once años de mi vida, de los cuales pude salir en contadas ocasiones. El sistema policial ligado a la educación encarna la institucionalidad de la clase media capitalista; por otro lado, la cárcel o la reclusión se instituyen como castigo y cura para la delincuencia del homosexual, de la misma forma dentro de la noción de una categoría patológica dentro de la psiquiatría (Hocquenhem, 2000, p. 40).


Las dos características que destacan de estos dos sistemas son el odio de parte de la maquinaria autoritaria militar (los rectores son coroneles). En cuanto al sistema criminal de encierro, el autor recurre a una obra de Honoré de Balzac, Esplendores y Miserias de las cortesanas, el caso de dos jóvenes acusados de sodomía: “(…) del chantaje al crimen sólo hay un paso, tanto más que el verdadero sodomita siempre está disimulando (…) todo sodomita es inteligente, pero su espíritu se inclina hacia el mal(p. 41).


Escribiría el domingo 20 de febrero de 2011:


Quién soy yo para someter mi cuerpo a un peso que soy incapaz de soportar, sé bien lo inútil que resultaría cortarme y terminar con todo… aunque sé que enamorarme me traerá la misma suerte (…)”. Recuerdo que esa noche intenté suicidarme por primera vez con una hoja gillette con la que me afeitaba las cejas.

Otra institución muy importante para mi abyección constitutiva fue la institución religiosa, menciona Guy Hocquenghem:



La sociedad medieval manda a la homosexualidad a la hoguera. La sociedad moderna tiene métodos de eliminación más racionales, pero la contaminación moral, dotada de cualidades similares a la contaminación industrial, produce sin cesar una masa de residuos y es incapaz de frenar su proliferación (2000, p. 43).


Yo era expulsada de un lugar a otro, de un sitio a otro, no encajaba en ningún lugar.


Fui a la iglesia para realizar la “Segunda comunión”. Fui elegida para ser ayudante del padre como monaguillo. Esta actividad me permitiría estar fuera de casa unas pocas horas, hasta que me enamoré de otro compañero de la iglesia.


Jueves 24 de febrero de 2011:



“Me siento ansioso, no sé por qué, estoy muy triste, no puedo dejar de pensar en él. Todo lo que alguna vez fue sólido desaparece, todo lo que tuvo piso ahora no lo tiene, si algo me mantiene vivo hoy será la ira, la ira por ser débil…”.


Y ocho años después me sigue manteniendo viva la ira, estas narrativas que lee usted son domésticas, porque la total ignorancia sobre mi lenguaje me dejó recluida por mucho tiempo, me adapté a los distintos sistemas que odian la homosexualidad, como la milicia, la iglesia y la escuela. Aprendí a travestirme en monaguillo, en cadete, en buen hijo, aunque dentro de mí el deseo anal incontenible quemaba, provocaba una revolución de tránsito, de traspaso, trasvestimento, trasmutación…


2. Hardcore Kusi Pichiw


Entre algunos recuerdos que ya desaparecen está el de mi mamá observándome en el jardín de infantes, en mi primera obra de teatro. Yo elegí ser un jilguero feliz (Kusi Pichiw) y después un fray (cura). ¿Por qué? Porque el jilguero usaba plumas y el fray un vestido largo café. Mi mamá estaba tan orgullosa de mí. Era una pajarita feliz.


Vine a Quito a finales del 2011 y me instalé en un cuarto, en el barrio El Dorado. Lo primero que recuerdo al llegar a Quito fueron sus amplias avenidas llenas de carros, que transitaban con mucha rapidez. El viento golpeaba mis mejillas y mis cabellos, de día, de noche. No podía dejar de mirar las infinitas avenidas de una ciudad inmensa para mí. Estaba fuera.


La situación en mi hogar era inhabitable, mi cuerpo castrado tuvo que buscar sentido solo en el tránsito, aún fuera, seguía sintiendo la prisión, la enfermedad, el recelo, el peso de la maldad tallada en mi frente, esconder el ano (privatizarlo como todos), esconderme a mí mismo. Explica Hocquenhem que la castración solo tiene sentido con el significante despótico “el falo”, el mismo que puede ser pene y falo, el deseo heterosexual, el significante público, el deseo legal, la medida que impone el sexo a todo el mundo.


En esta época viví los comienzos de mi vida sexual como un fracaso, al no tener conocimiento sobre el erotismo que emana de todo cuerpo ni sobre la base de la obligatoria eyaculación del falo. Para Horquenghem el deseo homosexual es un deseo en grupo, que comunaliza el ano y restituye las funciones del vínculo deseante (2000, p. 88). En mi caso yo no me sentí seguro en esa comunalidad corporal pues los gays de ciudad viven su sexualidad desde el fracaso. Hay que problematizar “lo gay”, como categoría blanca y universalista de las otras corporalidades.


Según Diego Falconí (2018) en su texto “Desaprender a ser gay. De-colonizaciones maricas para América Latina” lo gay está anclado a una masculinidad anglo/ibérica, imperial que tiene su asidero hasta el siglo XX, con acontecimientos como Stonewall, en Estados Unidos, cuyo combate por los derechos gays, pasa a ser referente histórico de la diversidad sexo-genérica en los estados nación. Un caso interesante del que habla el autor para mirar de forma crítica la composición del sujeto gay es la figura del escritor William Burroughs, integrante de la generación Beat, que escribe una carta a Allen Ginsberg sobre la planta mítico-alucinógena “ayahuasca” en sus viajes por Sudamérica:



Tengo instrucciones muy precisas sobre cómo llevar a cabo una incursión contra los aucas. Es muy sencillo. Cubres las dos salidas de la casa auca y acribillas a tiros a todos los que no te quieras follar (…) El Ecuador está realmente en las últimas. Será mejor que el Perú ocupara el país y lo civilizará para que un hombre pudiera disfrutar de alguno de sus lujos. No conseguí acostarme con un solo chaval en Ecuador y no se puede comprar ningún tipo de droga (Falconí, 2018, p. 209).

Lo gay supone una conquista permanente, una copia del modelo fálico heteronormado y racista que ocurre dentro de la comunidad LGBTI, de manera concreta supone una disposición sobre el cuerpo racializado. La borradura es doble, por un lado, la diversidad sexual de corporalidades andinas y, por otro, la borradura de subjetividades no blancas.


Este último planteamiento me costó mucho procesarlo porque aparte de maricón, provinciano, no me ajusté a un modelo de hombre blanco-efebo. Tal como apunta Anibal Quijano, la disposición sobre el cuerpo racializado es una característica del dueño de los medios de reproducción y de producción. La deseante máquina homosexual blanca, se había integrado con mis órganos. No recuerdo en qué momento me desligué (para bien o para mal) del discurso heterosexual romántico y me convertí en un maricón depravado, en una perra para los homosexuales machos quiteños.


Alguna fecha incierta de 2014:



De pronto me callé, me puse a follar y me callé. Todos los quejidos se hicieron pequeños, todo se quedó en silencio, la queja, el trazo. Cada semana, todo se quedaba en silencio, a veces en contra de mi voluntad, a veces al borde de la muerte. Los pliegues de mi piel se balanceaban, mi piel se balanceaba asquerosamente. Sin nombre. En la noche, en los oscuros cuartos donde sea que aparecía, vendedores, doctores, albañiles, carpinteros. Un eco sordo rebotaba siempre en los pliegues de mi piel.


Para el 2014 había dicho a mi mamá y a mi tía que era gay. Recibí su rechazo, varios años no volví a Riobamba, varios meses no hablé con mi mamá. Salía a bares gays a videos, saunas, lugares de encuentros sexuales. Recuerdo mi cuerpo sin forma, sin órganos, des-identificado en esta enorme ciudad sin forma, con quebradas gigantescas, donde ningún pensamiento, ninguna reflexión se pudo articular, porque no había lenguaje. Estaba solo y no había lenguaje.


Julia Kristeva (1988), menciona sobre la abyección:



Me atrae donde el sentido se desploma, lo que no es el yo, donde el sentido se desploma (…) Un peso de no-sentido que no tiene nada de insignificante que me aplasta. En el linde de la inexistencia y de la alucinación de una realidad que, si la reconozco, me aniquila. Lo abyecto y la abyección son aquí mis barreras. Esbozos de mi cultura” (p. 9).


Esta cultura gay que, en suma, puede ser definida, tomando el término “hardcore” de la pornografía mainstream. Que está llena de violencia en un ámbito económica, familiar y sexual, donde el deseo anal me integró en un orden de suciedad, deshecho, basura, de humillación y de muerte. Según Kristeva lo abyecto también es lo inmoral, lo tenebroso, lo turbio, el terror que disimula, un odio que sonríe, una pasión por un cuerpo que comercia en lugar de ser abrazado (p. 11). Después de la criminalización, el encierro y la abyección, entendí que mi cuerpo nunca fue cuidado. Nunca importó porque nunca tuvo lenguaje propio. Sin significado y sin lenguaje, no importé… comenzaba a sospechar que podía ser algo más que un maricón vicioso que se regaba los órganos en cualquier discoteca barata, o en lugares de encuentro sexual, comenzaba a sospechar que esta castración simbólica podía ser cargada, como se carga con el propio cadáver, con ese cadere, que se precipita y que me mantenía suspendida en esta selva de concreto. Cristina Rivera Garza menciona que suspender es un verbo, pero bien puede ser una nube, yo no quería una nube, lo que quería era un par de tacones y un labial rojo.


3. ¿Dónde cabe este cuerpo?


Escribí en mi diario el 21 de agosto de 2018:



Mi nombre es Kosakura y voy a contar como nací. La primera vez que subí a un escenario, además de toda la incomodidad, los trucos, la ilusión y el juego, se libraba una batalla dentro de mí y fuera. La mayoría de mis amigos estuvo presente en mi primer show, fue un funeral simbólico. A muchos de mis amigos no los volví a ver y tuve otros que comenzaron a llamarme Kosakura, el nombre que yo elegí, desde ese momento fui aceptada por la comunidad Drag Queen, me transformé en un demonio de la noche, en dos, sería caminata nocturna, clandestinidad, sería…


Aunque mi nacimiento público fue en 2014, recuerdo que desde muy pequeño mi cuerpo inquieto no podía quedarse sentado, quería cantar, bailaba en los sillones de la sala, armaba escenarios con sábanas de ropa sucia. Cuando pienso en mi niñez pienso en las muñecas de fundas de basura que hacía para mí misma. Crecía entre la duda y el silencio, luego conocí otras como yo, que hacían muñecas de papel, que se robaban las vírgenes de los pesebres para pintarles la cara y para vestirlas con trapos. La mayoría de nosotras silenciábamos nuestros cuerpos frente a todas las instituciones de las que éramos paulatinamente expulsadas. Todas teníamos el mismo objetivo, morar algún día en nuestros cuerpos.


Drag Queen, según Halberstam (2007), es un término incluido dentro de un tipo de transgenerismo, que se refiere a hombres que se visten como mujeres y performan una identidad femenina sin llegar a ser físicamente mujeres (p. 4). El/la autor/a toma la categoría mezcla de género (gender binding) para describir narrativas específicas de la comunidad sexo-diversa. Las palabras de Halberstam, si bien son trozos de carne fresca que me permiten existir en mi cuerpo de forma carroñera no se ajustan del todo a mí. Su maravilloso concepto me saca una sonrisa porque tengo ancestras, travestis o andróginas, de las que muy poco sé.


Mis ancestras han sido borradas del record histórico, al mismo tiempo que sus cuerpos fueron quemados en la historia, o tergiversados por los sistemas legales que después nos llamaron criminales. Existen posibles taxonomizaciones de los cuerpos de mediados del siglo XVI, XVII, que fueron enjuiciados por sodomía (pecado nefando o innombrable, se refiere al sexo anal) con la llegada del santo oficio a Abya Yala. Un ejemplo propuesto por Alvar Núñez Cabeza de Vaca (1528) es el relato de los naufragios y su encuentro con los “amariconados”:



(…) y es que vi un hombre casado con otro, y estos son unos hombres amariconados, impotentes y andan tapados como mujeres y hacen oficios de mujeres, y tiran arco y llevan muy gran carga, y entre estos vimos muchos de ellos así amariconados como digo y son más mebrudos que los otros hombres y más altos, sufren grandes cargas (en Gonzáles, 2014, p. 2284).


También el cronista Pedro Cieza de León escribe sobre indios travestidos en el testimonio del misionero Domingo de Santo Tomás:

Entre los serraos Yungas ha el demonio introducido este visio debaxo de la especie de sanctidad. Y es que cada templo o adoratorio principal tiene vn hombre o dos, o más: según es el ydolo. Los cuales andan vestidos como mujeres dende (sic) el tiempo que eran niños, y hablauan como tales: y en su manera trage y todo lo demás remedauan a las mujeres. Con estos casi como por vía de sanctidad y religión tienne las fiestas y días principales su ayudntamiento carnal y rope: especialmente los señores y principales (en Horswell, 2010, p. 61).


La sola existencia de estas cenizas habla con mi cuerpo, lo levantan, lo reacomodan, lo llenan de lívido, lo fortalecen. Sigo hablando porque las cenizas me lo permiten. En este tiempo hacia adentro, infinito, tiempo de trueno y tiempo de olvido sospecho que hay lugar.

Frente a la universalización de identidades capitalistas de dominio totalmente público, las identidades insurgentes en-lugar son parte de una resistencia mucho mayor que las gestadas por un estado nación que está pensando la política de forma antagónica, entre enemigos, sin tener en cuenta la pluralidad y la complejidad que abarca la interseccionalidad entre raza, clase y género.


La prueba más grande de nuestra existencia y resistencia es nuestro cuerpo que, en el siglo XXI, se quebranta. Nuestra piel se quebranta, la piel de los maricas, trans, travestis pobres, indígenas afro, se quebranta. Esta puesta escénica como drag queen es una apuesta carroñera profundamente política, porque no existó lenguaje, porque tengo una historia, porque también he tenido el prestigio de aprender a leer y a escribir, y porque quiero morar en mi cuerpo. Porque la historia de mis ancestras me impulsa, me fortalece, me da lugar.


Referencias bibliográficas:


Falconí, Diego (2016). De las cenizas al texto . Quito: Fondo Editorial Casa de las Américas.

—(2018). Desaprender a ser gay. Decolonizaciones maricas para América Latina . Barcelona : Egales.

Gonzales, Óscar (2014). Entre sodomitas y cuilonime, interpretaciones descoloniales sobre indios vestidos de mujer. México: Fundación Rosa Luxemburgo.

Halberstam, Jack (2007). The interaction of drag queens and gay men in public. New York: Journal of homosexuality.

Hocquenghem, Guy (2000). El deseo homosexual . España : Melusina.

Kristeva, Julia (1988). Los poderes de la perversión . México : Siglo XXI.

Preciado, Paúl (2009). Terror Anal. España: Melusina.

Rivera Garza, Cristina (2016) Había mucha neblina o humo o no sé qué. México: Literatura Random House.

Quijano, Aníbal (2014) Colonialidad del poder, eurocentrismo y América Latina. Buenos Aires: CLACSO.




 
 
 

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